domingo, 22 de junio de 2008

Una más con Irene

No estáis acostumbrados a historias largas, pero ésta, lo es. Una más con Irene, tengo otra hija, Elena, pero parece que Irene y yo estamos condenadas a pasar juntas ciertas situaciones.

Llegó de trabajar y se disponía a tomar un yogur cuando al entrar al comedor (yo estaba allí se suponía que estudiando Deportivo) vio un bicho. Tengo que decir que la casa está toda puesta de mosquiteras y es difícil que se cuelen, pero ocurrió. El caso es que ella se pone nerviosa con los insectos y yo con otras cosas. Cerré la puerta del comedor para dar caza a la mosca-araña sin que se saliera al resto de la casa. Lo maté rápidamente y al abrir la puerta, ¡¡sorpresa!!, estábamos encerradas en nuestra propia casa. Encerradas lo que se dice por completo. Aquí ya la que se puso nerviosa fui yo. Hay situaciones que me superan. A todo esto, la puerta de la entrada estaba cerrada con la llave echada por dentro con lo que nadie podía venir por la calle, entrar y, a su vez, abrirnos la puerta del comedor.

Suelo estudiar con unas pinzas de depilar, bueno, con los temas también, pero las pinzas son imprescindibles. Así que pasado el momento de nerviosismo inicial cogí las pinzas que harían el papel de destornillador y me puse a quitar la manivela. Sólo disponíamos de unas tijeras, un cuchillo y las pinzas mencionadas. Con esa parte de la manivela en la mano nos quedamos igual que estábamos, es decir, sin poder salir de allí. El calor cada vez mayor, sin agua, sin coleteros para el pelo, esto es absolutamente imprescindible para noche de encierro con calor y dos melenas largas.

De allí no salíamos como no fuera por la ventana. Llamamos a Elena, aun sabiendo que no podía abrir la puerta de la calle por tener la llave por dentro echada, y aquélla, lo más que hizo fue partirse de risa. Hay que decir que no estaba aquél día en casa. Intenté romper el cristal con la parte de la manivela que saqué, pero no hubo forma, no sé si es que le daba con miedo o que el cristal es irrompible, el caso es que ahora lo miro y no lleva ni un rasguño. Cada vez sudábamos más, no sé ya si de calor o del nerviosismo.

Irene me dijo que la dejara a ella y que me callara, ya que ayudaba poco. Se puso con el cuchillo y las pinzas en la cerradura y aquello no iba ‘ni palante ni patrás’. A todo esto nos tocó subir la mosquitera para que pasara algo más de aire con lo que el remedio era mucho peor.

Pero con tesón y paciencia acabó abriendo la puerta. Sin dejar de pasar el cuchillo por la pestaña de la cerradura, en una de esas, consiguió que se abriera. Una Mc Gyver en potencia. Lo de llamar a un cerrajero es que se nos ocurrió mucho más tarde, cuando ya éramos libres. Las tijeras, las pinzas y el cuchillo acabaron destrozados, pero hicieron la función que necesitábamos.

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